Perdidos en el laberinto
En estos tiempos que transcurrimos
en nuestra querida Argentina se habla mucho de la memoria, de ese preciado atributo
que permite a nuestra limitada mente, retener las experiencias e informaciones
del pasado, organizarlas, almacenarlas y evocarlas de acuerdo a las demandas
internas y externas de lo que nos acontece.
"Memoria y olvido son
como la vida y la muerte. Vivir es recordar y recordar es vivir. Morir es
olvidar y olvidar es morir". Samuel Butler
Lógicamente, se asocia a la
memoria un término inevitable: la justicia. Sabemos que sin memoria es
imposible arribar a esa justicia pero la paradoja se acentúa dramáticamente si
intentamos conservar la memoria pero nos resulta imposible alcanzar la
justicia.
Un 18 de julio de 1994 se produjo el
trágico y todavía impune atentado a la sede de la AMIA, Buenos Aires,
Argentina, con sus 85 asesinados y cientos de heridos. Ahora se cumplió el
décimo octavo aniversario del “más sangriento atentado terrorista perpetrado
en la historia argentina”.
"La muerte no existe, la
gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme siempre estaré
contigo" Isabel Allende
Una prolongación indefinida de la memoria sin justicia a
través de los tiempos, abre las compuertas a una situación desesperante y
violenta como si se preservara para siempre la tragedia que dio lugar a dicha
memoria.
Ha transcurrido el tiempo, los medios
de difusión sigue inundando nuestros oídos y nuestras mentes de divagaciones y
conjeturas. Un extenso y desafinado coro de políticos y funcionarios públicos
nos hacen declaraciones rimbombantes prometiéndonos investigación, milagros y
justicia. Mientras tanto la impunidad y la indiferencia continúan reinando
sombríamente, acompañadas de sus serviles cómplices, la injusticia e la
hipocresía.
La Justicia Argentina ha acusado formalmente a
Irán y a la milicia chiíta Hezbollah y ha solicitado la captura de Ahmad
Vahidi, junto con otros cuatro jerarcas iraníes a quienes se acusa de decidir, planificar y organizar el atentado
de AMIA, el 18 de julio de 1994 cuando un suicida de Hezbollah ejecutó la
trágica catástrofe.
El gobierno de Irán rechazó
sistemáticamente estas acusaciones mientras el prófugo ministro de Defensa de
Irán, Ahmad Vahidi, participó hace poco de un acto oficial en Bolivia pero no
pudo ser detenido por la inmunidad diplomática de la que goza.
Las evidencias responsabilizaron al
Gobierno de Irán por el ataque, pero la causa judicial está prácticamente
estancada, sin detenidos ni acusados…. dieciocho años después….
Mientras tanto se produce un significativo aumento de las relaciones comerciales entre Irán y Argentina que llegó a 1.197 millones de dólares comparado con los 30 millones de dólares de 2007. Irán adquirió recientemente 4.425.627 toneladas en productos agrícolas argentinos, transformándose en el segundo comprador de los 60 mil toneladas de aceite de soja, el mayor comprador de maíz argentino y cuarto entre los principales clientes de productos del agro, detrás de China, India y la Unión Europea.
En diciembre de 2011 causó una desagradable sorpresa en la Asamblea General de la ONU cuando el embajador argentino Jorge Argüello rompió con la tradición y permaneció sentado mientras el presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad proclamaba sus deseos de destrucción y muerte hacia otros estados miembros contrastando con los años anteriores donde el asiento argentino había quedado vacío ante circunstancias similares.
Entre las
graves secuelas que deja este trágico atentado queda una comunidad argentina impotente,
confusa y desesperanzada y sobre todo penosamente dividida por intereses e
internas políticas totalmente ajenas a esta tragedia que transcurre suspendida
eternamente en el tiempo.
Mientras
tanto estamos perdidos en el oscuro laberinto de la memoria sin justicia donde
tendemos a confundir a hermanos con enemigos, porque:
Muchas
veces nos perdemos y no podemos encontrar el camino de vuelta a casa.
El
laberinto mental donde nos internamos se torna a menudo, demasiado
confuso e intrincado.
Entonces
comenzamos a ver visiones y espejismos y nos ponemos a pensar que nuestro
hermano, que a veces piensa diferente o a menudo ve los objetos de otro color,
es nuestro enemigo.
Y de
pronto comenzamos a mirarlo como a un enemigo y le decimos que es nuestro
enemigo y accionamos contra el como El Gran Enemigo.
Ya
estamos definitivamente prisioneros en las rejas del laberinto
imaginario, convertido en una lúgubre cárcel interna, con subjetivas rejas
y fantasmales puertas blindadas.
¿Pero, que
ocurre entonces con nuestros verdaderos enemigos?
Estos verdaderos enemigos desaparecen
por arte de magia de nuestras mentes pues el árbol de la intolerancia ocultó
definitivamente el GRAN BOSQUE DE LA REALIDAD.
Dr. Guido Maisuls
Buenos Aires, Argentina.
Buenos Aires, Argentina.