"San Salvador, Entre Ríos, República Argentina"
(Primavera argentina de 1977)
Transcurriendo
la primavera argentina del año 1977, tuve el privilegio de llegar a
conocer, a los que yo llamo hoy, un autentico Gaucho Judío. En la
pujante ciudad de San Salvador, Entre Ríos, tuve el placer de charlar
por primera vez con Adolfo, un hombre maduro y agradable, de tez morena y
curtida por el sol del campo, que con una sonrisa serena y bondadosa me
da un cálido apretón de manos como bienvenida. Luego de una breve y
cordial charla, me invita a compartir un asado criollo al día siguiente,
un esplendido y soleado domingo, en el amplio y verde patio de su hogar
acogedor.
Nos reunimos a media mañana, alrededor de un fogón ya encendido, donde una abundante cantidad de leña, la reseca y dura madera de ñandubay que abunda en los campos entrerrianos, comenzaba a arder con un sonido chirriante y abrasador, mientras las llamas rojas y azuladas purificaban a fondo una oscura y amplia parrilla metálica del mas puro estilo campestre. Nos sentamos en cómodos y bajos taburetes de madera rústica y mientras me preguntaba por mis estudios y mi familia, arrimaba al fuego una negra pava de agua a calentar y preparaba su mate porrón con una generosa y verde porción de yerba fuerte y aromática mientras una plateada bombilla metálica relucía con todo su esplendor, por el fuego y por los esplendidos rayos del sol que se obstinaban en colarse a través de las tupidas y verdes ramas de un paraíso añoso y robusto.
Entre
mate y mate, comenzó a contarme cosas de su vida, de su cálido y culto
hogar natal, de sus padres inmigrantes judíos de Odessa, de sus vitales y
soñadores años de juventud, de su trabajo duro y fecundo en el campo,
de sus amigos de toda la vida, de su amor profundo por esta negra y
fértil tierra entrerriana y de sus arraigadas y ancestrales raíces
judías que las proyectaba como legado a sus dos hijos varones y a su
invalorable tesoro, a su adorada y hermosa hija.
Su
conversación era sencilla y directa, sin rodeos ni volteretas, me
preguntó si yo quería hacer el asado, le contesté que para mi era un
honor y mientras el fuego se aplacaba y las brazas blanqueaban el fondo
del fogón, irradiando un intenso calor, comencé a acomodar sobre la
parrilla caliente unas anchas y tiernas tiras de asado de ternera.
Mientras que la delicada carne comenzaba a dorarse regada cada tanto de
una exquisita salmuera criolla continuamos esa charla sencilla y
profunda, condimentada con algo en común que nos unía en el fondo pues
yo también era descendiente de esos gauchos judíos.
Su
vida fue una auténtica simbiosis, un entrelazado muy fuerte y profundo
de culturas y vivencias. La corriente judía ashkenazi que venia de la
vieja Europa, traídas por sus cultos e intelectuales padres, que cuando
se instalaron en la colonia Berro, a solo ocho kilómetros de San
Salvador, plantaron en el patio de su casa rosas y árboles frutales
mientras que con sus vecinos judíos y hermanos de los mismos barcos en
que llegaron construyeron una sinagoga, un lugar de culto, de encuentros
sociales y de actividades culturales.
Este
legado original se fundía inexorablemente con la indómita, virgen y
fértil tierra entrerriana, con los auténticos vínculos de sus
entrañables amigos gentiles, gente de otras culturas, de los criollos
del lugar , de los descendientes de los alemanes del Volga y de los
inmigrantes de la madre patria de España; vivencias que como ríos
caudalosos desembocaron en él, conformando un "auténtico gaucho judío",
con las profundas raíces de su pueblo ancestral pero con las libres alas
de una nueva generación comprometida con su tierra, con su entorno y
con su gente.
Se
iluminaban con un brillo de alegría sus verdes y profundos ojos
soñadores, cuando recordaba la vida de la colonia donde nació, la
escuela de campo donde se llegaba a caballo luego de un largo y
cotidiano viaje, la convivencia con sus queridos hermanos y hermanas,
las románticas e inocentes travesuras de su juventud, las grandes
festividades judías, los 25 de mayo y los 9 de julio en la colonia, las
largas y alegres travesías a través de las distancias para llegar a las
fiestas de casamiento, brit mila y bar mitzva, en carros tirados por
caballos llevando a sus numerosos amigas y amigos a estos ineludibles e
inolvidables acontecimientos en búsqueda de los alegres bailes llevados
por la música de freilaj y tijeras, donde se intensificaban los vínculos
de la amistad y del amor.
Una parte inseparable de su vida lo constituía un concepto quizás hoy algo extraño a nuestros oídos y lo era indudablemente el amor al trabajo, como fuente de sustento para su familia pero fundido con el sentimiento de alegría, afecto y orgullo de lo que producía con su mente y con sus propias manos. Un día de trabajo era un día de júbilo, levantarse muy temprano, el frugal desayuno con el inseparable mate y la fecunda jornada con las vacas y los cultivos en su amada tierra prometida, su establecimiento rural de Colonia Berro, que lo sustentaba tanto espiritual como materialmente, al cual viajaba cotidianamente en su Citroen pero en los imposibles y lluviosos días invernales, era el típico sulky tirado por un brioso caballo el que lo trasladaba a través de esos difíciles y anegables caminos entrerrianos.
La
otra gran pasión de Adolfo fue la gente, la vida social era para el un
alimento espiritual insustituible, era un personaje muy popular y
conocido en el pueblo, el trámite bancario o la rutinaria compra de algo
necesario eran una excelente oportunidad para saludar y charlar
extensamente con sus innumerables amigos y conocidos; comerciantes y
gente de campo; letrados y gente sencilla; ricos y pobres; jóvenes y
viejos; criollos, españoles, árabes, alemanes y judíos. Todos eran sus
hermanos y sus amigos, sin ninguna distinción, cualquier lugar era el
correcto: el banco, el correo o la farmacia. Sencillamente amaba a su
gente y amaba a su pueblo.
Querido
Adolfo, te fuiste muy temprano de nuestras vidas, pero ahora y a
través del tiempo y de las distancias te quiero agradecer profundamente
por tres cosas valiosas que me legaste: tu ejemplo de vida en el cual
me reflejo en las inevitables horas difíciles que a veces atravesamos;
tu querida hija, que es mi inseparable compañera de la vida y madre de
mis hijos y no quiero olvidarme de ese inolvidable y exquisito asado que
compartimos en esa hermosa mañana de septiembre.