sábado, 26 de abril de 2014

Nosotros, los poetas vivos


Vos, incluido




En una oscura y fría noche de otoño desperté de un pesado y borrascoso sueño y de pronto percibí un fuerte resplandor al fondo del pasillo…

 Como un sonámbulo, conciente de mi estado, me dirigí en búsqueda de esa potente luz y atraído por su brillo prometedor del jardín de Edén. Cuando logré sortear esa chirriante y pesada puerta que se interponía entre el futuro y yo me encontré con un espectáculo increíble.

Alrededor de una gran mesa oval, cubierta de un enorme mantel de terciopelo rojo, estaban sentados diez personajes muy serios, solemnes, elegantemente ataviados con ropaje de gala y desde sus familiares rostros se irradiaba una aureola de nobleza, inteligencia y sabiduría que me enceguecían.

Ante este distinguido grupo de personas tan brillantes y creativas, surgió desde un rincón del alma esa tremenda duda que me viene inquietando sobremanera desde hace muchos años. Y con un fuerte impulso que brotaba desde mi interior, les arrojé (literalmente hablando) sobre su gran mesa de reunión mi viejo interrogante: "Muchas veces me pregunto. ¿Porque escribo? ¿Para que? ¿Para quién? ¿Para mi o para los demás? ¿que necesidad interior me impulsa a expresar lo que veo, lo que siento y lo que ocurre dentro de mi al mirar a mi alrededor, a mi ciudad, a mi país y al mundo?"

El primero en responderme fue el español Camilo José Cela quien con un tono áspero y adusto me arrojó una frase impactante que penetró en mi mente como un punzante rayo de luz: "La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir"

Apenas podía disimular ese curioso estado de emoción, asombro y curiosidad cuando de pronto se dirigió a mi, Jorge Luis Borges, que con su trémula voz me intentaba desmentir lo que yo siempre considero como una verdad absoluta: "Dicen que soy un gran escritor. Agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos lo refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero o de ambas cosas a la vez"

Alcancé a reconocer entre los integrantes de tan distinguido foro al escritor inglés Graham Green que me explicaba las bondades terapéuticas del arte de escribir: "Escribir es una forma de terapia. A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, los que no componen música o pintan, para escapar de la locura, de la melancolía, del terror pánico inherente a la condición humana"

El uruguayo Eduardo Galeano me afirmaba casi como en un susurro a quien estaba dirigida su fecunda producción literaria: "Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué"

Me sorprendió profundamente encontrar al legendario Rodolfo Walsh, que me explicaba sobre el extraordinario poder que tenia mi antigua y gloriosa Olivetti, valioso regalo de mis abuelos: "Hasta que te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según cómo la manejás, es un abanico o es una pistola, y podés utilizarla para producir resultados tangibles, y no me refiero a los resultados espectaculares, pero con la máquina de escribir y un papel podés mover a la gente en grado incalculable. No tengo la menor duda"

Y el visionario y creativo Isaac Asimov me proponía una confesión que yo ya la tenía incorporada en mis entrañas: "Escribo por la misma razón que respiro... porque si no lo hiciera, moriría"

Me resultaba familiar cuando el legendario y genial Orson Welles me expresaba genialmente el oculto deseo narcisista de cada pretendido escritor  de conseguir aplausos…"Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude"

Y don José Saramago quien me comentaba la verdadera causa de la motivación que moviliza a cada escritor: "Los escritores viven de la infelicidad del mundo. En un mundo feliz, no sería escritor"

Mientras reconocía a la memorable Victoria Ocampo en la imagen de una mujer distinguida y elegante que tomaba la palabra y con me explicaba el leit motiv de su vida: "Pero yo no soy una escritora. Soy simplemente un ser humano en busca de expresión. Escribo porque no puedo impedírmelo, porque siento la necesidad de ello y porque esa es mi única manera de comunicarme con algunos seres, conmigo misma. Mi única manera"

De pronto se incorporó  un hombre de porte noble, el inconfundible Walt Whitman que con una extraña tonada anglo parlante me aconsejaba casi a quemarropa: "No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario. No dejes de creer que las palabras y las poesías si pueden cambiar el mundo".

Logrando identificar entre la concurrencia al notable escritor paraguayo Augusto Roa Bastos que me sorprendía como justificándose con: "Escribo para evitar que al miedo de la muerte se agregue el miedo de la vida"

De pronto escuché desde su asiento al escritor español Antonio Soler que entre la rebeldía y  la racionalidad me explicaba su posicionamiento: "El escritor debe ir contracorriente si quiere conquistar territorios a la imaginación".

Luego se dirigía a mí en un refinado y académico latín, el poeta romano Horacio, quien me sentenciaba con un estilo entrecruzado entre lo antiguo y lo peculiar: "Carpe diem quam minimum credula postero. Aprovecha el día, no confíes en mañana.

Aquel con quien me llegué a sentir identificado en sus mas ocultos deseos fue el checo Milán Kundera quien me trasmitía su intima indiscreción de: "Escribo por el placer de contradecir y por la felicidad de estar solo contra todos"

Honestidad y sinceridad son los atributos que le otorgo al gran George Bernard Shaw cuando lo escuchaba decirme sin tapujos: "Aunque soy hombre de letras, no debéis suponer que no he intentado ganarme la vida honradamente".

Se me caen lagrimas de emoción cuando Isidoro Blaisten me representaba a ciertos seres humanos que pululamos por el mundo: "A lo mejor escribir no sea más que una de las formas de organizar la locura".

Jean Piaget me conmovía realmente con la verdadera identificación que me producía al decirme: "Yo no podía pensar sin escribir".

Y para concluir no dejé de sorprenderme a pesar de ser una verdad por demás muy difundida y reconocida en los cuatros rincones del planeta cuando Camilo José Cela vuelve a dirigirme la palabra para advertirme: "Si el escritor no se siente capaz de dejarse morir de hambre, debe cambiar de oficio. La verdad del escritor no coincide con la verdad de quienes reparten el oro"

Luego de esa tremenda e inolvidable experiencia he ratificado y estoy plenamente convencido de aquello que siempre me ha inspirado y me motiva a escribir:

"Hoy escribo para ustedes, para todos los que llamo mis hermanos del mundo, escribo para vos, sin importarme tu ideología y sus falsas interpretaciones de izquierdas o de derechas. Sin importarme el color de tu piel, ni tu edad, ni tu sexo, ni tu condición socio económica, ni tu nacionalidad, ni tu idioma aunque mi español natal me acompañe desde que estaba en el vientre de mi madre."

"Sin importarme tus creencias espirituales porque estoy seguro que Mi Dios y el Tuyo es el mismo. Escribo exclusivamente para aquellos que compartan conmigo el paradigma de una justicia digna para todos, para los que luchamos por conquistar una paz autentica y verdadera sin hipocresías ni especulaciones, para los que soñamos con la verdadera felicidad de compartir entre todos, esta creación perfecta: Nuestro Mundo"

Te presento mi más sinceras disculpas por haberte atosigado con esta parafernalia de palabras, frases e intenciones pero no tuve otro camino ya que ellas son la auténtica razón de mis pensamientos y emociones. Espero que la hayas comprendido y quizás también compartido.


Guido Maisuls
Buenos Aires, Argentina.

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